En Enero del año 1981 regresé al país luego de haber
participado en el Programa de Intercambio entre los ejércitos del Perú y los
EEUU de N.A. Dicho en otras palabras, un oficial norteamericano vino a servir a
la Escuela de Ingeniería del Ejercito y, como intercambio, estuve un año como
Auxiliar de Instrucción en el Batallón de Ingenieros 52 en Fort Carson en
Colorado, dando clases a los miembros del mismo.
Mi vuelta al país fue en un momento crítico, uno más de
los eternos conflictos con nuestro país hermano Ecuador; más hermano que otros
por compartir etnias y tradiciones. Dicho sea de paso, una muestra más de la
estupidez o de la mala fe de nuestras clases gobernantes (de ambos países) y
por supuesto de la permanente agresión chilena al Perú, en este caso a través
de “interpósito país”
Estaba nombrado al lugar del conflicto, el Agrupamiento
de Ingeniería “Marañón” y a pesar del intento del Director de la Escuela de
Ingeniería, en ese entonces Coronel Manuel Péndola, de que me quede de profesor
en la misma, fui a cumplir con mi deber y aparecí en Bagua, a servir bajo el
Comando del Coronel Luis Bendezú.
Solucionado el problema (lo digo así pero estoy hablando
de la muerte de muchos soldados de ambas partes, mutilados, gente que quedó con
problemas psíquicos y mil cosas más de las que entiende plenamente solo el que
las vivió), pasé a dedicarme al mantenimiento del equipo de ingeniería
(tractores, motoniveladoras, cargadores frontales y otros) que participaban en
la construcción de la red de caminos conocida como carretera marginal de la
selva.
Llegaron mil tarjetas de recomendación, tanto de
autoridades del Ministerio de Transportes como por parte del general Hil (yo tenía
un doble nombramiento, uno como Jefe de Mantenimiento de la Carretera Marginal
expedido por dicho Ministerio y otro como Jefe de la Compañía Celular de
Mantenimiento por parte del Ejército).
Cuando conversé con los portadores de las tarjetas la
cosa fue vomitiva, “coimas” por aquí, por allá, entregas de dinero, obsequios
de vehículos, presentación de chicas de la televisión y otros. Cuando hablé con
Bendezú, este fue claro “confío plenamente en ti y no quiero cochinadas, yo te
respaldo”. Hicimos compras y reparaciones por un par de millones. Para Bendezú
hubiese sido fácil conseguir una casa obsequiada como recompensa a su
obsecuencia. NO PIDIÓ NI ACEPTÓ un centavo.
Su familia administraba una farmacia pequeña en Magdalena
o San Miguel y el vivía austeramente. Honor al mérito. En esta época en que se
habla de nosotros los militares como una lacra, en estos momentos en que a
nivel país no se necesita meter el dedo sino que la pus salta como de géiseres,
me acuerdo de ti mi Coronel, siempre caballero, siempre correcto, honrado y
honesto. Si existe un más allá debes estar sufriendo, como sufriste cuando
leíste las tarjetas y luego cuando Hil se enojó contigo. Descansa en paz, tú y
yo llegamos a Generales pese al acoso de Hil y tú dejaste
en nosotros, tus oficiales, un recuerdo de hombría y corrección.
Oh Alá que algunas de las personas que realizaron las
ventas de repuestos y el arreglo de maquinaria lea esto y recuerden que
trataron con militares y no se les pidió (ni aceptó) un centavo.
Chau “colorado” (así le decíamos cuando él no escuchaba),
qué lástima que no hubo muchos como tú en el país.
Gustavo Bobbio
No he sido ni soy militar, he leído el artículo y sentí un orgugullo inmenso de ser peruano.
ResponderEliminarGracias por compartir el relato, digno de ser compartido.